[Relatoría] Sobre “la Agenda Pendiente para la Promoción de la Cultura”

Relatoría sobre “la Agenda Pendiente para la Promoción de la Cultura” presentada en el marco del Conversatorio “Voces y Propuestas de la Sociedad Civil a la Promoción de la Cultura en el Desarrollo” [1. El Conversatorio “Voces y propuestas de la Sociedad Civil a la Promoción de la Cultura en el Desarrollo” se realizó el 29 de Septiembre del 2015 en el Auditorio del Edificio Cronos en San Isidro, Lima, y fue organizado por la Asociación de Comunicadores Sociales Calandria y la Delegación de la Unión Europea en el Perú.]

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Relator: Mauricio Delfín
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Quisiera empezar por agradecer a la Asociación de Comunicadores Sociales Calandria y a la Delegación de la Unión Europea en el Perú por la invitación a participar como relator en este conversatorio. El rol de relator nunca es fácil, sobre todo cuando se trata de brindar una síntesis de lo expuesto por varios ponentes en tan sólo algunos minutos.

En estos casos se corre el riesgo de dejar de lado varios aspectos que para otros pueden ser más importantes de lo que uno considera. Por tanto mi intención será plantear algunas ideas a modo de conclusiones generales; una suerte de síntesis de una relatoría mayor que será publicada en algunos días para ser compartida libremente.

Empecemos por reconocer lo evidente: nos reúne un evento que aborda una pregunta central para los sectores de las artes y la cultura en el Perú: ¿Cuáles son las propuestas de la sociedad civil a la promoción de la cultura en el desarrollo?

Se ha tratado de abordar esta pregunta desde diversas voces pero sabemos de antemano—esto ya se ha dicho—que nos hemos enfocado en la experiencia desde Lima y no desde todo el Perú, y que esto lo hemos hecho a partir de un grupo reducido de casos. Esto es importante reconocerlo. Pero, asimismo, es importante ir más allá del hecho para poder aprovechar la riqueza de visiones y experiencias que se han compartido esta mañana.

Se me ha encargado plantear lo que algunos llamarían “considerandos” pero que yo en este caso entiendo más bien como el contexto detrás de la pregunta que nos reúne. Considero que el contexto que se dibuja a partir de las intervenciones de esta mañana podría ser descrito, muy brevemente, de esta forma:

Nos encontramos viviendo un paradigma contemporáneo de políticas culturales que busca reconocer y partir de la relación entre Cultura y Desarrollo. Sin embargo, los términos y alcances de esta relación están en disputa, en absoluto debate. Además está relación se encuentra tensionada: si bien se supone que hemos superado los “paradigmas ilustrados” de las políticas culturales, así como los que parten del concepto de democracia cultural que, como señaló Santiago Alfaro, buscaban garantizar el acceso de las mayorías a lo que algunos todavía llaman “alta cultura”, vemos que estos esquemas continúan muy presentes en los discursos y las prácticas contemporáneas ejercidas desde entidades públicas y privadas que asumen que “la cultura debe llevarse a lugares donde no la hay”, donde aparentemente la cultura no existe. Si bien la frase “llevar cultura a…” debería de haber quedado en desuso, este no es el caso.

Los testimonios de las diferentes organizaciones que han participado en la segunda mesa del conversatorio de hoy — todas vinculadas a la Cultura Viva Comunitaria — dan cuenta de una demanda muy concreta hacia la institucionalidad cultural: asumir un paradigma de desarrollo cultural distinto al actual.

Esto es clave. No estamos hablando únicamente de un cambio de modelo, sino de un cambio de paradigma, que es mucho más complejo. Así como la concepción de espacio público es bastante restringida, como señaló Mariana Alegre, la concepción de la cultura también lo es. Es a partir de una visión bastante restringida de la cultura desde donde el Estado actúa en al actualidad.

Ahora bien, la demanda por un cambio de paradigma no viene sólo de los movimientos de Cultura Viva Comunitaria: se trata de una demanda generalizada desde grupos que trabajan temas de patrimonio cultural, artes escénicas, derechos de los trabajadores del arte, derechos de las personas LGBT, memoria, industrias culturales, entre muchos otros.

Es clave insistir en que esta demanda no tiene que ver únicamente con el significado de la cultura o con una definición del término: ya se ha dicho que el concepto mismo de cultura es polisémico. Esto más bien que tiene que ver con una demanda amplia por un cambio en la forma y las prácticas a través de las cuales se definen, establecen y evalúan las políticas culturales. Se trata pues, de una demanda por un cambio de modelo de gobernanza, más que de una necesidad de coincidir en términos o afinar conceptos.

Propongo que lo que se exige es un cambio en el modelo de gobierno de la cultura, algo que implica una necesaria transformación en la forma en cómo se ejerce el poder hacia, desde y a través lo cultural, mediante las decisiones y acciones estatales.

Las visiones presentadas en las dos mesas indican que hoy en día la relación entre Estado y Sociedad civil en el sector cultural puede ser descrita como débil, tensionada, en desencuentro y discordante, diría que incluso mellada por una distancia, una brecha enorme entre nuestras prácticas y aspiraciones como ciudadanos y lo que efectivamente sucede a nivel de política cultural.

El valor de los procesos y de la acción cultural impulsada por organizaciones de base, aquellas que sirven como soporte para la construcción de ciudadanías —como aquellas evidenciadas por la experiencia de Arenas y Esteras, por ejemplo, pero también por las experiencias de cientos de organizaciones culturales a nivel nacional — termina siendo uno de los recursos culturales menos aprovechados y menos reconocidos por los gobiernos de turno, tanto nacionales como locales.

¿Cómo revertimos esto?

Cuando una red como la Plataforma de Cultura Viva Comunitaria de Lima organiza un Balance de Políticas Culturales, invita repetidas veces a funcionarios públicos a participar en esta iniciativa (y a plantear sus planes de trabajo para el año) y no obtiene respuesta alguna, queda en evidencia de manera explícita la consideración que la autoridad—el poder—tiene respecto a las poblaciones que se organizan para participar en las políticas culturales. No creo que haya ninguna otra forma de interpretar este desencuentro.

La ausencia de un Plan de Cultura para Lima Metropolitana, así como la falta de un debate en torno a aquella versión preliminar de “Lineamientos de Política Cultural 2013-2016” a partir de los cuales supuestamente se estructuran las acciones del Ministerio de Cultura en la actualidad y que — OJO — caducan el próximo año, dibujan un escenario sumamente difícil, sobre todo en un año electoral.

¿Vamos a lograr un Plan de Cultura para Lima y, por qué no, un Plan Nacional de Cultura en los siguientes 5 años? Si el escenario no nos parece viable ¿Qué vamos a hacer como sociedad civil en todo ese tiempo?

Quizás la clave está en no repetir lo que hacemos con relativa facilidad, aquello que ya conocemos, sino más bien adentrarnos en procesos que nos cuesten mucho más y con esto no me refiero a aspectos materiales o económicos:

Quizás debamos concentrarnos en resolver aquel desencuentro entre nosotros mismos que nos impide avanzar con agendas compartidas, donde sintamos que el logro de uno es el de todos; donde el objetivo mayor nos permita imaginar y sostener una comunidad cultural más fuerte, más diversa, más democrática.

En cuanto a los desafíos, no me detendré en los 14 retos listados por Santiago Alfaro (11 de ellos propuestos por Tándem en 2011) pues cada uno merecería una conferencia aparte. Sin embargo, sí creo importante reconocer que hay algunos temas que se han repetido y entrecruzado constantemente durante el conversatorio y que tienen que ver con aspectos que competen a la relación entre Estado y sociedad civil.

Se ha insistido en la necesidad de lograr una visión programática de las políticas culturales. Esto implicaría, sin duda, lograr una visión compartida de las políticas culturales no sólo entre Estado y Sociedad Civil, sino también entre los diferentes actores estatales (incluyendo al Ministerio de Economía y Finanzas, y otra carteras), y no sólo entre las organizaciones de Cultura Viva Comunitaria, sino entre todas las organizaciones que nos sentimos parte de este sector cultural.

¿Cómo logramos esa visión compartida?

Esa creo yo que es la gran pregunta cuya respuesta debería de llevarnos a un siguiente momento de trabajo desde los sectores de las artes y la cultura en el país. Atender a esa respuesta debería de movilizarnos de formas inéditas.

Claramente está en disputa lo que en otras partes se describe como el “valor cultural”: las razones, criterios y/o términos a través de los cuales establecemos por qué lo cultural importa. Ahí están esfuerzos como el de la “Batería de Indicadores de Desarrollo Cultural” presentados por la UNESCO que proveen insumos fundamentales para abrir un debate en torno a este tema.

Como dice Paloma Carpio, es clave que los funcionarios públicos— y yo extendería esto a los grupos dirigentes en general—sintonicen con la razón de la importancia de la cultura en los procesos de desarrollo y en la necesidad de apreciar el valor cultural a partir de nuestra participación y protagonismo en el devenir de nuestro sector. Dicho de otra forma, debemos lograr que se reconozca que el “valor cultural” proviene siempre de las personas, sus comunidades y sus procesos, y no únicamente de los objetos culturales que creamos y algunas veces vendemos. Si no logramos esto continuaremos careciendo de una visión política compartida por todos, sobre la cual sostener impostergables y múltiples procesos de desarrollo humano desde la cultura.

Hemos hablado mucho de la importancia de “lograr mayor participación ciudadana en cultura” pero ¿a qué tipo de participación nos referimos? La posición política de los grupos de Cultura Viva Comunitaria confirma que si la participación ciudadana no parte del protagonismo real de las organizaciones y las comunidades—de la idea de que “nadie puede decidir por nosotros” como dice Jorge Rodríguez—entonces, esta no será auténtica y, más grave aún, no cambiará el estado de las cosas que ya sabemos reconocer.

La explosión de colores, voces, cuerpos, movimientos y espacios que vimos en el video que documenta la Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas (FITECA) en el barrio de La Balanza en Lima Norte es testimonio de esto: eso es lo que pasa cuando los jóvenes asumen liderazgos y ejercen ciudadanía desde las culturas en beneficio de una comunidad local mayor, incluso de un imaginario nacional acostumbrado a estigmatizar a las personas y la vida en general que se da en lo que algunos continúan insistiendo en describir como “periferia”.

Boaventura De Sousa Santos [3. Santos, Boaventura de Sousa (2011) “Descolonizar el saber, reinventar el poder”. Montevideo: Ediciones Trilce, 2010. Descarga: http://bit.ly/DescolonizarElSaber] nos propone que pensemos en la interculturalidad como un concepto cuyo uso no se limita a nuestra relación con grupos indígenas. Una relación intercultural podría darse entre dos personas o dos grupos, siempre y cuando ambos asuman que serán transformados el uno por el otro. El problema es que el concepto de interculturalidad que manejamos en la actualidad es también limitado y nos impide avanzar reconociendo intereses que tienen la misma forma[10. “Preocupaciones isomorfas”, las llama De Sousa Santos (2011).], logrando generar alianzas entre identidades muy diferentes, pero que podrían encontrarse en el deseo de lograr políticas culturales más democráticas, inclusivas y logradas desde la participación verdadera de las personas en la definición de su propio devenir cultural.

Los retos del Estado que hemos identificados podrían ser descritos de diferentes formas y en registros muy distintos. Fácilmente podríamos armar una lista e incluir temas como por ejemplo (1) garantizar la participación ciudadana, (2) institucionalizar mecanismos para lograr esta participación y (3) cumplir con lineamientos y herramientas de gobierno existentes—el Plan Nacional de Gobierno Abierto sería uno de ellos, pero también podemos listar a la Ley de Transparencia y Acceso a la Información, entre varias otras normas.

Sin embargo, propongo que en realidad el principal problema no yace realmente en la ausencia de políticas públicas o en la existencia de políticas culturales mal implementadas. Es decir, nuestro problema principal no se debe a un asunto técnico o meramente procesual. El problema está centrado en la permanencia de una cultura política poco democrática que nos impide destrabar un evidente estancamiento en el que estamos.

Digo estancamiento por que se ha avanzado muy poco en atender aquellos retos identificados en 2011. Lo digo también porque aún estando más organizados (esto puede reconocerse en algunos procesos que se mantienen y crecen, como el movimiento de Culturas Vivas Comunitarias, por ejemplo), nuestra situación desde hace al menos 5 años no ha variado los suficiente para decir, para sentir en el aire, que hay un consenso sobre un relativo pero general avance.

Como Estado, construimos infraestructura[4. Recordemos el Museo Nacional de Arqueología (MUNA) que el Presidente Ollanta Humala quería construir hasta hace poco, por 480 millones de soles. Ver: http://elcomercio.pe/lima/patrimonio/museo-nacional-obra-no-empieza-falta-presupuesto-noticia-1838520] (y aquí nos incluimos en el Estado para insistir en eso de que el Estado es de alguna u otra forma el reflejo de nosotros mismos), pero no invertimos en procesos que fortalezcan protagonismos existentes, agendas y saberes en marcha, que ya marcan y transforman a personas y comunidades, día a día.

Como Estado, carecemos de una visión democrática de las políticas culturales y de las formas en las cuales éstas funcionan realmente para transformar la sociedad en la que vivimos. El hecho es que como Estado sí manejamos una visión política, pero esta es una que continua alejándonos del encuentro entre nosotros mismos y con el Estado; que nos mantiene al margen de un protagonismo colectivo impostergable mediante el cual podamos realmente decir que hemos construido políticas culturales de abajo hacia arriba.

 

Lima, 29 de Septiembre del 2015

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Foto: Pasacalle “Fiteca” (Comas, Lima). Autor: Eleazar Cuadros.

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NOTAS

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