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Cómo posibilitar la Ciudadanía Cultural

Texto: Mauricio Delfín

Buenos días.

Quisiera empezar dando las gracias a la nación algonquina por su hospitalidad, reconociendo que la tierra donde estamos reunidos forma parte de su territorio tradicional y que este no ha sido cedido.

Quisiera también agradecer al Consejo de las Artes de Canadá por la invitación a participar en esta Cumbre y a mis co-panelistas y al moderador por la oportunidad de compartir este espacio con ustedes.

Empezaré con un resumen de las tres ideas principales de mi presentación:

PRIMERO: que el término “ciudadanía cultural” se encuentra fuertemente vinculado a la creación y la apreciación de las artes. Si bien esto es importante, este sesgo conceptual contribuye a la formación de un modelo específico y un tanto limitado de democracia cultural.

SEGUNDO: que, si bien el sector cultural reconoce la importancia de la gobernanza participativa en la promoción de la ciudadanía cultural, existe una tendencia a desatender otras dimensiones de la participación, así como el rol que la transparencia y la rendición de cuentas cumple en una buena gobernanza. Esto tiene consecuencias directas en la calidad de la participación y sus resultados.

TERCERO: que las múltiples agendas cívicas promovidas por organizaciones culturales en toda la región de América Latina representan encarnaciones de ciudadanía cultural y que estas formas tangibles todavía no han sido reconocidas, fortalecidas o incluidas en modelos de gobernanza cultural. Esta es una oportunidad que no debemos de perder.

Ahora, volvamos a la PRIMERA IDEA:

La noción actual de ciudadanía cultural contiene un alto grado de ambigüedad conceptual. Para algunos significa el derecho a ser diferente. Para otros, el proceso a través del cual los sujetos crean y son creados por la nación y la sociedad civil.

Si la ciudadanía cultural tiene que ver con “la participación plena en la vida cultural” entonces nos queda la tarea de determinar que implica esa “vida cultural” y qué apariencia podría tener esa “participación plena”.

Al menos debemos reconocer que, históricamente, le hemos dado mayor prioridad a una concepción de ciudadanía cultural preocupada principalmente con el acceso a las artes y la cultura.

Esto es un problema en tanto tiende a centrar la conversación en una celebración de las artes, prestándole menos atención a los modos de gobernanza cultural que determinan nuestra capacidad para crear y apreciar expresiones culturales.

Esto además hace más difícil vincular a la ciudadanía cultural con otros problemas sociales urgentes (como la justicia, la igualdad, la equidad, la diversidad, el acceso al espacio público, la libertad de expresión, la memoria y la paz, por ejemplo) o con otros sectores estatales como salud, educación, medio ambiente, etc.

Es importante aclarar que esto NO significa que debamos abandonar nuestro interés en las artes, sino más bien expandir nuestra comprensión actual de la ciudadanía cultural y de cómo podemos facilitarla y hacerla posible.

Esto nos lleva a la SEGUNDA IDEA: que no hay suficiente profundidad en nuestro reconocimiento actual de la participación ciudadana como posibilitadora de la ciudadanía cultural.

La participación tiende a ser pobremente conceptualizada, generalmente limitada a procesos de consulta y no de colaboración, de empoderamiento o de co-creación. Asuntos claves relacionados a la filosofía del gobierno abierto (incluyendo transparencia y rendición de cuentas) son descuidados frecuentemente.

Esto significa que estamos constriñendo a la participación, reduciéndola a su uso más efectivo como herramienta para la validación institucional — un gesto de apertura, digamos — y no concibiéndola como un factor determinante de la validez, legitimidad y sostenibilidad de las políticas culturales.

Si bien en el 2005 Catherine Murray proponía que “el problema es que hay poca teorización de lo “cultural” en la democracia participativa”, considero que hoy día tenemos poca teorización de lo “cívico” en la democracia cultural.

Esto nos lleva a la TERCERA IDEA que, me alegra poder decir, incluye algunas buenas noticias.

Hoy hay miles de organizaciones culturales trabajando en territorios diversos a través de la región, activando y promoviendo varias agendas para la transformación de las políticas culturales. Estas agendas cívicas constituyen encarnaciones de ciudadanía cultural, si comprendemos al concepto como uno que incluye al involucramiento cívico en la gobernanza cultural a través de la participación.

Si bien estas agendas y los temas que traen a la luz son frecuentemente subestimados por los gobiernos, muchas de ellas han logrado generar cambios a nivel local, demostrando que la sociedad civil tiene la capacidad de dar forma e impactar en la gobernanza cultural.

En el 2015 mapeamos algunas de estas experiencias en un reporte llamado AbreCultura. Este incluyó varias experiencias en América Latina que pueden entenderse procesos participación ciudadana que reafirman la ciudadanía cultural. Reconocer a estas y otras experiencias cívicas es importante.

Uno de nuestros primeros proyectos en 2009 consistió en mapear cientos de organizaciones culturales en el Perú, buscando hacerlas más visibles y capaces de trabajar entre ellas. Luego de un año, la base de datos incluía cerca de 1,000 entidades, la mayoría de las cuales no eran conocidas por el Estado.

Sabemos que no eran conocidas por el Estado porque comparamos las bases oficiales que existían sobre este tema. Esto significaba que la percepción Estatal sobre el rol de la sociedad civil en la promoción cultural estaba un tanto distorsionada y que su capacidad para interactuar y colaborar con la ciudadanía organizada era bastante débil.

Esta primera iniciativa — Culturaperu.org — nos enseñó que es importante para la sociedad civil el construir su propio mapa del sector cultural ciudadano (su propia mirada, por así decirlo) porque esto crea nuevas posibilidades para re-pensar nuestros problemas.

Por ejemplo, la información que recabamos nos permitió visualizar patrones específicos de agrupamiento y centralización en nuestro sector, lo cual revelaba desequilibrios de poder que necesitaban ser atendidos.

Para lograr esto en 2011 nos asociamos con otras organizaciones culturales para crear el primer Encuentro Nacional de Cultura (ENC), una plataforma cívica que promueve el diálogo y el debate sobre políticas culturales.

Las primeras cuatro ediciones del ENC nos permitieron difundir las ideas de cientos de gestores y organizaciones culturales. También nos dieron la oportunidad de acercarnos al Estado e invitar a las autoridades a participar.

Si bien algunos funcionarios públicos estaban entusiasmados en compartir con nosotros, muchos se mostraron reticentes a participar en un espacio que no controlaban. El silencio institucional que recibimos de las autoridades, especialmente de aquellas en los rangos más altos, reveló lo que parecía ser una distancia irreconciliable. Atender esta brecha histórica — esta escisión — entre Estado y Sociedad Civil, es crucial para posibilitar (facilitar o hacer posible) la ciudadanía cultural y promover la democracia cultural.

No hubieron muchos cambios en los siguientes cuatro años. En el 2014 sentíamos que estábamos en el mismo lugar que antes. Si bien nos reuníamos cada año para debatir nuestros problemas, no éramos capaces de generar un movimiento colectivo para atender los múltiples problemas que podíamos identificar fácilmente.

Fue ahí cuando nos dimos cuenta que teníamos que ir más allá de un evento hacia un proceso que pudiese servir para construir no solo un horizonte colectivo para el cambio sino también una estrategia que pudiese hacer ese cambio posible.

Como Asociación Civil Solar empezamos a pensar en esto no como la construcción de una nueva plataforma, sino más bien como la formulación de una tecnología social distinta que nos permitiese trabajar juntos, superar la centralización, verticalidad, opacidad, y la naturaleza generalmente cerrada de los procesos para el de diseño de políticas culturales en el país.

Así fue como nació el Programa Descentralizado de Pre/Encuentros: una temporada de 9 meses donde se realizaron foros civiles locales y temáticos, organizados por una red de 25 Grupos de Trabajo, cada uno formado por al menos 3 organizaciones culturales locales. Cada Pre/Encuentro empleó la misma metodología y principios para identificar y aprender de agendas cívicas que buscan la transformación de las políticas culturales en el territorio.

Más de 600 personas en 15 regiones del Perú participaron en el programa. 371 de estas personas fueron representantes de organizaciones culturales locales. El programa costó más de 50,000 dólares, pero solo el 12% fue cubierto por la cooperación internacional: la mayor parte fue cubierta por las organizaciones mismas.

Cada uno de los 25 Pre/Encuentros generó un Acta y estos documentos fueron utilizados para (1) generar la primera versión de lo que hoy llamamos una “Agenda de Incidencia Compartida”, concebida como una estrategia y una herramienta para la transformación de políticas culturales a nivel sub-nacional y nacional, y (2) para darle un nuevo formato al Encuentro Nacional de Cultura, orientado a la validación de esta agenda por la sociedad civil.

La primera versión de la Agenda, con sus 12 capítulos y más de 70 páginas, busca ampliar el repertorio ciudadano y Estatal para el diseño y la implementación de políticas culturales a nivel local y nacional.

Podría hablar mucho más sobre este proceso y cómo llevó eventualmente a la creación de la Alianza Peruana de Organizaciones Culturales (APOC) pero seguramente me quedaría sin tiempo. En vez de esto, quisiera listar las formas en que creo que las instituciones públicas de arte y cultura pueden invertir en la promoción de la ciudadanía cultural.

Primero, las instituciones públicas deben fortalecer sus propias capacidades para promover la participación ciudadana, más allá de procesos de consulta. La consulta es sólo una parte del espectro de participación pública y trabajar hacia procesos de colaboración, empoderamiento y co-creación es esencial.

Segundo, las instituciones públicas necesitan institucionalizar mecanismos para una participación ciudadana pluralista, yendo más allá de los “Consejos de Expertos” que, dicho sea de paso, tienden a estar generalmente formados por profesionales hombres, blancos y urbanos.

Los Ministerios y Consejos de la Cultura necesitan invertir para que su invocación de la participación ciudadana esté acompañada por reformas institucionales. Necesitan crear mecanismos permanentes, descentralizados y de alcance nacional, que además estén acompañados por los recursos humanos, físicos y tecnológicos necesarios para promover esta agenda.

Tercero, las instituciones públicas deben adoptar prácticas de gobierno abierto. Trabajar hacia una “gobernanza cultural participativa” no será suficiente si no trabajamos más específicamente y técnicamente en aspectos de transparencia y datos abiertos, rendición de cuentas y co-creación de políticas culturales. El movimiento global hacia un gobierno abierto tiene mucho que ofrecer al movimiento global por la diversidad cultural, y viceversa.

Déjenme terminar diciendo que la ciudadanía cultural florece a través de procesos donde los ciudadanos se vuelven protagonistas en la definición de sus propios futuros culturales, involucrándose con la política cultural a través de la organización y la promoción agendas para la transformación de políticas culturales. Como decía el lema del último Encuentro Nacional de Cultura:

No hay democracia cultural sin participación ciudadana.

Crear sociedades vibrantes, inclusivas, accesibles y plurales significa trabajar con la sociedad civil y reconocer que la calidad de esta colaboración es importante.

Tomando como base el concepto desarrollado por Laurenellen McCann: El Estado necesita construir políticas culturales con y no para las comunidades. Una comprensión de la ciudadanía cultural que no promueve la participación ciudadana en la definición de la gobernanza cultural rompe decisivamente con toda posibilidad de futuro.

Necesitamos comprender que el factor posibilitador más importante de la ciudadanía cultural es la participación ciudadana en la gobernanza cultural.

El futuro de la democracia cultural depende de ello.

Gracias.